Desde la década de 1970, cuando se empezaron a registrar oficialmente los datos del clima a nivel global con satélites y organismos internacionales, el discurso climático se transformó en un instrumento político, mediático y económico.
Cada tormenta, cada inundación, cada incendio o cada ola de calor se anuncian como si fueran el fin del mundo. Se destinan millones en campañas publicitarias, informes, foros internacionales, cumbres y discursos solemnes. Y, sin embargo, cuando llega la catástrofe, la realidad es clara: nada se prevé, nada se mitiga. ¿Les suena de algo?
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