Cuando uno cruza el umbral de esta vida se va en la más absoluta soledad. Se va como ha venido, es decir, solo. Tras de sí deja pocas o muchas personas que de verdad le han querido. Por regla general suelen ser pocos. Los más “afortunados” tienen la inmensa suerte de dejar a muchas personas que le-la han admirado y que le-la recordarán anhelantemente hasta que ellos-ellas sigan el mismo viaje. Lo normal es que uno-una deje también una viuda o un viudo, unos hijos-as, pero no cien como fue el caso de una persona singular que se llamaba Luis Rosales. La típica persona que aparentemente pasaba desapercibida, que por un lado le querían, le admiraban. Por otro no tanto, pero que al final lo que no tuvo en vida lo poseyó en… ¡Pobre Luis! ¡Qué mala suerte tuvo! ¡Quién debería apreciar más el “maravilloso don” que tenía le desdeñaba! Otras cien en cambio…
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