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La Unión Europea ha negociado en secreto una batería de sanciones sin precedentes con las que golpear a Rusia si su presidente, Vladímir Putin, decide invadir Ucrania. Las represalias, tejidas con absoluto hermetismo, se adoptarían de manera casi inmediata y en plena concertación con Washington y Londres en caso de producirse el ataque. El castigo, según fuentes comunitarias, abarcaría desde la suspensión de cualquier tipo de cooperación económica con Moscú a un drástico recorte de las relaciones comerciales, incluida la importación de gas y petróleo ruso. El golpe previsto es de tal magnitud que, según las mismas fuentes, Bruselas también ha preparado los planes de contingencia para paliar los daños que, inevitablemente, también sufriría la economía europea.

El plan se abordará el lunes durante un almuerzo a puerta cerrada de los ministros de Exteriores de la UE, reunidos en Bruselas bajo la presidencia de Josep Borrell, alto representante de Política Exterior de la UE. La cita contará previamente con la presencia por videoconferencia de Antony Blinken, secretario de Estado de EE UU. “La participación de Blinken muestra la unidad de la comunidad internacional frente a la actitud de Rusia y la estrecha coordinación entre los aliados”, apunta una fuente diplomática europea.

Clara Portela, profesora de Ciencia Política de la Universidad de Valencia y especializada en sanciones internacionales, considera que “el daño masivo lo causaría la inclusión de bancos rusos en una lista estadounidense que prohibiera cualquier transacción en dólares con ellos”. Portela cree que “la contribución de la UE podría consistir en hacer lo mismo con el euro, es decir, prohibir a esos mismos bancos las transacciones denominadas en la divisa europea”. El veto europeo “eliminaría la opción de que las entidades rusas esquivasen las sanciones estadounidenses”.

Ni siquiera se descarta poner coto a la compra de petróleo y gas ruso, que ahora cubre el 26% y el 40% respectivamente de las importaciones europeas de esos hidrocarburos. La dependencia energética de la UE hacía impensable hasta hace poco una renuncia a las importaciones desde Rusia. Pero el desarrollo de las fuentes renovables y la posibilidad de importar gas licuado desde otros países ha cambiado recientemente el escenario.

Aun así, en Bruselas se reconoce que la ruptura comercial con Moscú obligaría a adoptar medidas de contingencia. Pero las fuentes consultadas aseguran que la UE tiene capacidad para resistir el envite, incluso en el terreno energético.

La crisis en Ucrania ya ha provocado un drástico cambio. La importación de gas ruso ha caído de 3.250 millones de metros cúbicos a principios de 2021 a 1.700 millones en la primera semana de este año, según los datos recopilados por el centro de estudios Bruegel. De los cuatro gasoductos procedentes de Rusia, solo el Nord Stream, que conecta directamente con Alemania a través del Báltico, opera al mismo nivel que el año pasado. Los que pasan por Ucrania y Polonia han reducido drásticamente el flujo. El que llega a través de Turquía ha sufrido numerosos altibajos. Y el segundo gasoducto del Báltico, Nord Stream 2, aún no ha comenzado a bombear gas (por falta de autorización europea) y la crisis ucrania podría inutilizarlo definitivamente.

La importación de gas licuado desde otros países por barco ha pasado, en cambio, de 1.400 millones de metros cúbicos en la primera semana de enero del año pasado a 3.380 millones cada siete días de este mes, según los datos de Bruegel. Las importaciones de gas desde Noruega han rozado varias veces en las últimas semanas sus máximos históricos. Y las de Argelia se han resentido, por la crisis con Marruecos, pero están muy por encima de sus mínimos históricos.